Comenzaré con una declaración que seguramente les caerá como una bomba: no sé bailar.
Y no es porque no me agrade bailar. Ocurrió que hasta hace poco tiempo tuve la inquietud de aprender a hacerlo y como es común, se complica conforme uno va cumpliendo años, y lo más importante: requiere de práctica constante, requisito que no logro cumplir.
Y no es poca cosa, tomando en cuenta que el baile implica la elaboración de complicados ritos que tienen que ver con una comunicación personalísima entre dos personas y hay todo un tema de espiritualidad que se podría abordar con un poco de reflexión. Tampoco es poca cosa que la sabiduría del pueblo haya acuñado una frase cuya sensatez es casi un axioma y que me produce una angustia inaudita: baile mata carita. Y no: el perpetuo Caballo de Rodeo no cuenta. Así me lo han asegurado.
Mi supina ineptitud de coordinar pies y manos no impide que disfrute ver a los demás ejecutar sus piruetas y contorsiones; tratando ellos de demostrar su pericia ante su compañera de baile y tratando yo de disimular mi más profunda envidia y mis más exacerbados deseos de que tropiecen y que se les fracture un pie.
En una de estas cavilaciones recurrentes me encontraba, cuando me topé con el más reciente material de Sonido Gallo Negro, grupo que desde que lo compartimos en este cuchitril, me llamó mucho la atención a pesar de tocar cumbias con marcado acento sudamericano y ahora los escucho cada vez que tengo ganas de algo alegre y festivo. Otro cliché: es tan kitsch que ya es cool.
Esta novedad se llama Sendero Místico y seguro pone a bailar hasta al más tronco de tus vecinos.
No sé bailar, pero no me da pena hacer el ridículo en medio de la pista. Invítenme, ¿no?
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-Iván, queriendo que me enseñes a bailar-
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