"En el fondo es tan hondo mi dolor,
porque me voy y no se puede cambiar
de corazón como de sombrero,
sin haber sufrido primero"
Abriré este espacio con una frase que, creo, es un axioma: no es sencillo confiar en la gente.
Y es que la relación entre confianza y honestidad es indisoluble.
Porque es tan sencillo como cuando te piden honestidad y no la entregas. Y viceversa, desde luego. Hay veces que te ponen una chinga por confiado y hay otras que madreas gacho a la gente que espera que la confianza que te entrega sea, cuando menos, recíproca. Y por lo regular, de esos intercambios solo puede desprenderse un doloroso "hasta siempre", y ahí es cuando vale madre todo, porque esas despedidas, aunque quizá a la larga aligeren tu carga, suelen ser ojetes.
Mientras uno va creciendo y aprendiendo, se van capoteando con cada vez mayor hidalguía estos encuentros. Puedes convertirte en una persona que confía demasiado en la gente, o bien, puedes convertirte en un ser que no confía ni siquiera en los objetos inanimados. Yo creo que me he acomodado en el primer grupo. Y no me arrepiento, sin embargo, es momento para introducir en este texto una sincera disculpa dirigida a aquéllos quienes me han pedido honestidad y no la he entregado. Eso sí lo lamento.
Al final de cuentas, en la música sí podemos confiar abiertamente. La buena música suele ser honesta y de ella difícilmente nos despediremos jamás.
Les dejo este disco, que es doble; que cumple casi 16 años; que es de los mejores de Calamaro y cuyo título motivó esta diminuta perorata.
--I.--
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