Melancolía.
Como cuando entraste a ese bar, el mismo que frecuentas y que fue un testigo de tus más grandes alegrías, y pides solo un lugar en la barra, si es posible.
Cuando tomas asiento en esa gran barra de madera y después pedir el trago de siempre y de ofrecer tu mejor cara al cantinero, que te conoce bien y sabes que es difícil engañarlo, te dan ganas de calcular cuántas canciones comprarían en la rockola, las monedas sueltas que traes en el bolsillo.
Como cuando después del primer contacto visual con la morena que está al final de la barra, bebiendo sola, suspiras porque ni siquiera tienes ganas de brindar, de lejos, con ella.
Cuando después de que te lanza una sonrisa, caes en la cuenta de que la mujer es un reflejo fiel de quien ya no está contigo, su sonrisa y el rostro que la enmarca son identicos y no se te ocurre devolverle el gesto y solo atinas a verla con esos ojos llenos de nostalgia que el bartender advirtió tan pronto te sentaste en la barra.
Como cuando después de saber como se llama y de haber intercambiado unas palabras, adquieres la seguridad de que cualquier relación con ella está destinada al fracaso, pues al final de cuentas no se trata de esa mujer con la que pasaste tus mejores días, unos años atrás.
Ese sentimiento que bien puede estar definido en libros y poemas, pero hace falta estar frente a la mujer con la que podrías pasar el resto de tu vida y dejarla ir inopnadamente, o bien escuchar una canción como las que se contienen en este disco para entender realmente lo que quiere decir.
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